El clima de la noche rosarina le imponía a Central la lógica de la épica. Es que su camino sinuoso por el terreno complicado del Nacional B implica, necesariamente, una preponderancia por el empuje, por la garra y por el sacrificio. Para vencer a Instituto --impidió que llegara a la punta-- en el arranque de la era Rivoira, tales características fueron vitales.
A Central se le abrió el partido casi en el vestuario. El Kily González hizo una de veterano pícaro y le apuró un tiro libre a José Shaffer. El centro, luego de un rechazo flojo, le quedó a Antonio Medina. El remate que culminó en gol fue la expresión de un buen primer paso del canoso técnico. Con un tanto en el bolsillo, al cabo, la vida se vuelve más sencilla.
Central lo asedió un ratito más. La historia marcaba que en la noche, en algún momento de ella, Instituto se iba a venir contra el arco local. Y marchó hacia allí, el equipo de Claudio Vivas. Le tiró centros, lo buscó por abajo y atropelló alguna vez. En el momento que se lo necesitó, Jorge Broun mostró sus credenciales que lo califican de arquero de exportación.
La segunda parte dejó a un Central incapaz de matarlo de contragolpe. Mientras tanto, Instituto chocó con sus propias carencias ofensivas. Solamente, Gustavo Fernández inquietó con un tiro desde las inmediaciones del punto del penal que no pudo ser.
Con el correr de la noche, la tormenta fue cediendo. No la que golpeó la ciudad, sino la que viene intentando tumbar a Rosario Central. Por primera vez en varias semanas, la gente pudo volver a casa con una sonrisa. Con la sensación de la victoria trabajada, que gratifica a montones y que invita a levantar la cabeza.
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