Entró a la cancha primero en la fila. No podía ser de otra manera. Con una tenaz lluvia de papelitos como telón de fondo, de la mano de su hijo Luciano, su gran debilidad, y otra vez con la cinta de capitán como en tantas otras batallas. Así, como se lo propuso desde la lesión con Chacarita, Cristian González dejó de lado las molestias físicas que lo persiguen con insistencia y anoche dijo presente en el Gigante a su manera. El Kily no faltó a la cita, fue puro corazón y exhibió más errores que aciertos durante los 90’. No fue su mejor partido, quedó claro, pero su presencia sirvió como sanguíneo mensaje de estímulo y como postal de valentía, más allá de la gran cantidad de imprecisiones que lo acompañaron.
Es que el aporte del experimentado volante supera su rendimiento futbolístico. Pero instala un mojón anímico para el resto de sus compañeros. Cada vez que se acomodaba su protección en el tórax era una invitación a ir por más. Aunque anoche, el fútbol demostró una vez más que con eso solo no alcanza.
El Kily se recostó por el sector izquierdo de la línea de volantes. Lógicamente su dinámica se vio restringida por la lesión en el tobillo derecho y por el golpe intercostal que aún le pasa factura. De alguna manera intentó asociarse a los movimientos ofensivos del equipo. Le faltó precisión en los pases y eso lo privó de ser más influyente. Al final del primer tiempo le regaló una gran habilitación a Figueroa. En el gol canalla fue el responsable de abrir grietas en el área con un remate picante. Así, aún en las malas, el Kily no escuchó su dolor, le puso el pecho al partido y dejó todo por la camiseta que atormenta su corazón.
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