domingo, 14 de marzo de 2010

CristianKilyGonzalez.blosgpot.com: "El espíritu del Piojo" (Valencianista.es)

Por arte de dobletes, Ligas, Uefas y Supercopas varias, al margen de alguna batalla intestina que conviene dejar al margen, el vestuario del Valencia perdió el hambre tras conquistar Europa en agosto de 2004. Cinco años y medio después, y obviando el tsunami económico que amenaza con dejarnos en pelota picada el día menos pensado (no es día para hablar de concursos de acreedores, quiebra técnica y otras lindezas…), no ha habido entrenador capaz de regenerar el espíritu ganador de aquel equipo de leyenda.
La naturaleza no da saltos. Tampoco la genética. Aquel Valencia dominador que nació en La Cartuja de Sevilla llevaba la ambición impregnada en su ADN. Marca registrada. Mestalla disfrutó aquellos años de auténticos guerreros que se vaciaban (casi) cada noche: Cañizares, Ayala, Carboni, Albelda, Baraja, Kily, Piojo… Tuve el privilegio de disfrutar de aquel lustro glorioso a pie de grada, lejos del recomendable protocolo de la zona de prensa.
Eso sí, no todo fueron noches de vino y rosas. En aquella época también hubo momentos complicados. Como el actual. Y cuando eso pasaba, cuando los partidos se ponían cuesta arriba, emergía la figura de Claudio López.
El Piojo fue mi primer gran ídolo. Ahí sigue (en la estantería del cuarto azul) la carpeta forrada con sus fotos que me llevaba a la Universidad en primero de carrera presumiendo de valencianista. Me encantó desde el primer día. Mucho antes de llevar el 7 que con el tiempo heredaría David Villa. Cuando sólo era Claudio López. Cuando llevaba el 16 y casi todos sus centros acababan en la grada o en la espalda del primer defensa que le salía al paso. Cuando se atolondraba y perdía el balón o le faltaba campo para explotar su endemoniada rapidez. Recuerdo como si fuera ayer el gol que le marcó a Molina desde medio campo o la primera tarde que hizo ‘el inflador’ en el córner de Gol Sur donde hoy se ubica Gol Gran. Después llegaron las pesadillas de Van Gaal, el 6-0 al Real Madrid, sus lágrimas de felicidad –y las nuestras- tras hacer el tercero en la final de Sevilla y las inolvidables noches de Champions contra Fiorentina, Lazio y Barça. También hubo lágrimas en París, pero esas intento no recordarlas demasiado.
Pero por encima de su explosividad, de sus goles, de la electricidad contagiosa que surgía de su bota izquierda, me quedo con su espíritu indomable. Y, en especial, con un gesto capaz de enloquecer a 53.000 almas. Seguro que todos los recordáis. Con la cabeza arriba, mirando hacia la vieja cubierta de tribuna, agitaba los brazos al viento pidiendo al estadio un último esfuerzo, un último aliento. El rugido de Mestalla era inmediato. Siempre funcionaba. Si la final de Champions de 2000 se hubiera jugado en Valencia, hubiéramos sido campeones de Europa.
Aquel espíritu es el que necesitamos contra el Werder Bremen. Pagaría por ver al Guaje imitando el gesto del Piojo en la noche del jueves. Seguro que funciona…

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